EL TORO
Tiene la paz del mar, noble y sereno
tras la cerca del blanco caserío,
ya bajando las márgenes del río,
ya echado y dócil en el prado ameno.
Como del mar el apacible seno
cambia en galerna el huracán bravío,
así, acosado en su indomable brío,
no reconoce límites ni freno.
¿Quién no quiere mejor que ensangrentado
del circo ante la fiera muchedumbre
batallar y morir desesperado,
verle del sol a la postrer vislumbre
en la serena paz del despoblado
cuando asoma la luna por la cumbre?
Antonio Fernández Grilo
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