Romance de Francisco Esteban "El Guapo"

Primera parte

Emperatriz de los cielos,
madre de Dios soberana,
lumbrera del firmamento,
tu amparo dame y tu gracia,
para revelar al mundo
las inauditas hazañas,
del sol entre los planetas,
de la rosa entre las plantas,
del león entre las fieras,
y entre las aves el águila,
del guapo Francisco Esteban
gloria del mundo... y de España

Nació Francisco en Lucena,
de valientes noble patria,
hijo de padres gallegos,
según las historias cantan.
Quiso aprender á barbero,
pero tuvo unas palabras
con el maestro, y, después
de romper en sus quijadas
las ollas de agua caliente,
los paños de hacer la barba,
los sillones de la tienda,
y quince ó veinte navajas,
salió huyendo y no paró
hasta la ciudad de Málaga,
donde en los tercios del rey
voluntario sentó plaza.

De Málaga á Cartagena
fue de guarnición su escuadra,
y allí, fama de valiente
cobró, sin mentir la fama.

Una noche el enemigo
intentó asaltar la plaza,
y solo Francisco Esteban
deshizo la encamisada,
matando doscientos hombres
con jefes, pitos y cajas.

Otra vez le entrecogieron
diez hombres de pelo en barba,
sobre no sé qué mozuela,
y en menos que un cura canta
el Credo, desbarrigó
de los diez los nueve, y gracias
que dejó al uno con vida
para referir la hazaña.

En otra ocasión, estando
de vigía en la muralla,
vio venir una galera
de moros, y bala á bala
mató á cincuenta y dejó
color de sangre las aguas,
y quince meses después
de Cartagena en las playas
mas que á pescado sabía
el salmón á sangre humana.

Por estas y otras proezas
pronto logró la alabarda
de sargento; mas un día,
que en presencia de unas damas
le ultrajó su capitán,
él, que á nadie sufre ancas,
tantos sablazos le dio,
lo partió en tantas tajadas,
que recoger sus pedazos,
fue preciso con cucharas.

Y aunque acudió un batallón
á prenderle, con la espada
matando de cinco en cinco,
se huyó y ahorcó la casaca.

Libre ya de las alcuzas
volver pudo á las andadas.
En Cartagena cobró
los cuartos con su baraja,
y á un majo que disputarle
quiso el barato por gracia,
le arrimó tal soplamocos,
que embutiéndole en la tapia
mas próxima, le dejó
tan solo una mano franca,
para quitarse el sombrero
cuando él por allí pasara.

Marchó á Granada después
por saber que allí campaba
el Guapo de Santaella,
y á las primeras mojadas
le hizo en el pecho un portillo
por donde entraron á gatas
los cirujanos , buscando
los pedazos de su alma.

No sacó mejor despacho
en Alicante otro mandria
que robar quiso á Francisco,
porque, sin decir palabra,
con el rejón lo clavó
al quicio de una ventana,
por la uña del dedo gordo,
sin tocar la carne en nada.

De vuelta á Lucena vio
una noche á cierta maja,
de veinte y cinco cumplidos,
mas con tantísima gracia
que era un saladero andando
según la sal derramaba.
Chica de cuerpo, gordita,
morena y bien empernada,
los hombres la perseguían
y las mujeres la odiaban.

Mas sacó Francisco Esteban
á lucir sus esperanzas,
y los hombres y las hembras
anudaron sus gargantas.

Envidó Francisco el resto,
y la niña, sin tardanza,
contestó: — quiero y me voy
de seguida á la baraja.

Casóse Francisco en martes,
y antes de las dos semanas,
entendió que un chulo hacia
la ronda á su prenda cara,
y apenas quedó seguro
de la traición de su chaira,
á ella metió de un sopapo
dentro de tierra cien varas,
y á él de un puntapié le echó
tan alto, que en tres semanas
bajar no pudo á la tierra
hecho polvo de batata.

La justicia acudió luego,
trabóse pendencia larga;
pero al fin herido Esteban
que entregar tuvo las armas,
después de haber empedrado
con cabezas quince varas.

Merced á los protectores
que le grangeó su fama
pudo Francisco escapar
de la penca y de la escarpia;
pero la Sala del crimen
le condenó á que remara
sin sueldo ni prez diez años
en las galeras de España;
donde vamos á dejarle
mientras que la Virgen santa
nos presta su luz y amparo
para acabar la jornada.


Segunda parte

No hay tinta en diez mil tinteros,
ni dan papel treinta fábricas,
para seguir describiendo
de Francisco las hazañas;
mas con la gracia divina
supliré mi ciencia escasa.

Dije en la primera parte
cómo dispuso la Sala
que purgase en las galeras
Francisco Esteban sus faltas.

Dos meses y cuatro días
duró no mas su desgracia,
porque cansado de hacer
vida tan aperreada,
con el aliento quemó
del barco catorce tablas
y el barco se hundió, y quedaron
libres los que en él remaban.

Francisco entonces á tierra
saltó con seis camaradas,
fuertes y altos como torres
y de atravesadas almas,
y trocando sus cadenas
por alamares de plata,
sus doblones por caballos,
y sus pesetas por cargas
de tabaco, hacia Alicante
encaminaron sus plantas.

Quiso la mala fortuna
que mientras Curro agenciaba
la venta, los metedores
se encontrasen con los guardas,
y que aquellos en las uñas
de estos dejasen las cargas.

Supo Francisco el suceso,
y que en pública subasta
había el juez de contrabandos
vendido hasta las albardas,
y cogiendo su trabuco,
y colgándose la charpa,
en el despacho del juez
se entró sin decir palabra.

Quiso el juez pedir socorro,
mas Francisco que esquivaba
derramar sangre, le dijo:
— Si destapa usía la gaita,
le abro una puerta en el pecho
mayor que la de Triana.
Lo que yo pretendo es
que me pague en buena plata
mi tabaco, y que mi gente
fuera de la cárcel vaya.»
— Se hará como usted lo pide:
contestó el juez;— y hacia Cabra,
con su plata y con su gente,
Curro volvió las espaldas.

Tuvo noticias Francisco
de que en Cádiz murmuraban
de que para sus empresas
buscaba siempre compaña.

No necesitó su arrojo
espuela mas afilada:
fijó un puesto de tabaco
en la esquina de la plaza
de San Antonio, sin mas
compañero que su charpa,
al primer guarda que vino
á impedir que despachara
su hacienda, de dos sopapos,
tanto le aplastó la cara,
que sus narices sirvieron
á un barbero de navaja;
y á despecho del resguardo
despachó la última paja.

Pero un soplón, que enemigos
nunca á los valientes faltan,
descubrió dónde tenia,
ocultas sesenta cargas,
y Francisco se encontró
de la noche á la mañana,
perdido y descaminado,
sin amigos y sin plata.

Entonces se echó Francisco
el corazón á la espalda.
Montado sobre una yegua
de piel negra y piernas largas,
ni los pájaros del cielo
de sus uñas se escapaban.
Robó carros y galeras,
saqueó ventas y casas
de campo, cobró pensiones
hasta de grandes de España,
y fue el ladrón mas famoso
que corrió la tierra baja,
por sus golpes de fortuna,
por su valor y su maña.

A una niña le quitó
las ligas de seda y plata
cuando se hallaba en la iglesia,
sobre las piernas sentada.

En una huerta que entró
mandó todas las naranjas,
bala á bala, y tiro á tiro,
desde la huerta á su casa.
Y en fin, tanto de robar,
era su gusto y su gana,
que á una muchacha quitó
que encontró descarriada,
la cera de los oídos,
y, hasta el polvo de las naguas.

Sucedió que el Asistente
de Sevilla, D. Juan Gánobas,
ofreció dar treinta onzas
al que vivo lo entregara,
y Francisco que lo supo
pensó la mayor hazaña
que referirán los siglos.
A las diez de la mañana
entró en Sevilla, buscó
del Asistente la casa,
é hizo pasarle recado
de que un sujeto esperaba.

Hallábase el Asistente
rodeado de sus guardias,
y Francisco sin turbarse
le dirigió estas palabras:
— Treinta onzas ha prometido
vuecencia al que presentara
con vida á Francisco Esteban;
pues para mí las medallas
han de ser, que aquí vuecencia
tiene vivo al que buscaba;
y pues soy quien lo presento,
venga para mí la plata.

Alborotóse la gente;
mas Francisco dijo:

— Calma,
que á ninguno dejo hablar
antes de tomar la paga.
El Asistente admirado
de una acción tan arrojada,
sin vacilar accedió
de Francisco á la demanda,
diciendo:— Pues lo has ganado,
toma y vete.

—Muchas gracias:
contestó el guapo, y salió
por enmedio de la sala,
con el sombrero calado,
sin volver atrás la cara.

Tarde á veces la justicia
del Señor al hombre alcanza,
mas tarde ó temprano llega,
y á hierro muere el que mata.

Estaba una tarde Esteban
apurando cuatro cañas
de manzanilla, en la venta
mas acá de Dos-hermanas,
y el vino le iba quitando
fuerza, poder, tino y maña,
cuando diez carabineros
llegaron á la posada.

No temió al pronto Francisco;
mas viendo que rodeaban
la casa toda, tembló
sin saber por qué su alma.
Quiso violentar la puerta,
y una traicionera bala
le partió el brazo derecho,
y le puso entre las garras
de la audiencia de Sevilla,
azote de gente zafia.
Escaso tiempo duraron
los trámites de su causa.
Lunes nueve de noviembre
dio al verdugo su garganta
de los valientes llorado
y sentido de las damas.

Y aquí de Francisco Esteban
la vida y hechos acaban,
esperando del lector
perdón para nuestras faltas...

Manuel 
María de Santa Ana.

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