¡Rosa, a Ceuta por diez años
mi perra suerte me envía!
¡Dios perdone a la real mosa,
causaora e mis desdichas!
¿Te acuerdas, Rosa, del majo,
cara de chupa-torsías,
que se vino a requebrarte
junto al barrio de la Viña?
Pues esa mona encontró,
por respuesta a la tetiya
una cuarta de lenguao
que lo tendió pansa arriba.
Vino la guardia, prendióme,
y, entre fariseos y escribas,
a presiyo por diez años,
como te he dicho, me envían.
Por ti, Rosa, por tu gracia
presa yo el alma tenía,
y entre caenas el cuerpo
también por tu sal se mira.
¡Por ti no verán mis ojos
en diez años de faitigas
los terruños de Chiclana
ni del Puerto las marismas!
Mas ¿qué importan estos males,
si los comparo, mi vida,
con el mal de abandonarte
por diez siglos? ¡Mala víbora
pique al juez y al escribano
que asistieron a la vista
de mi causa, y mala bomba
los pegue contra una esquina!
Ya no irás, Rosa del alma,
sentada tras de mi silla
vaquera y sobre mi tordo
a la feria de Lebrija;
ni sentiré ya tu mano
a mi cintura ceñida:
ni el roce de tu vestido
sacará a mi cuerpo chispas,
ni me quemará tu aliento,
ni, de la rosa prendida
en tu pelo, la fragancia
me hará que pierda la crisma.
Ni embosaos, yo en mi capa
y tú, Rosa, en tu mantilla,
iremos ya a Puerta Tierra
a merendá pescaíyas
vivitas con aseitunas
gordas, morás y partías.
Ni allí, teniendo delante
una mesa coja y chica,
y arrellanás las presonas
sobre dos temblonas sillas,
tú, mirándome con ojos
de carnero cuando espicha,
y yo, Rosa, devorándote
con el alma y con la vista,
meterás los cinco dedos
en la fuente de corvina,
para que yo te los chupe
hasta sacar sangre viva.
¡Ni en los bailes del tío Roña
bailaremos seguiriyas
punteás con castañuelas
y guitarras!... Rosa mía,
si tanto pierdo, si tanto
me cuestan las ansias finas
con que te camelo, paga
con tu constancia mis cuitas:
que no me jagas traiciones,
porque, entonces, no te libra
la cariá de un jabeque
en la mitá de la fila.
¡Adiós, Rosa, adiós, morena
de mis ojos! Persuadía
pues quear, que mientras yo
en Cádiz o en Ceuta viva,
no te faltará un gachón
que te quiera con faitigas,
un braso que te defienda,
ni un corazón que te rinda,
su sangre por un recuerdo,
y por un beso su vida.
Manuel María de Santa Ana y Rodríguez
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