Me decían, insistiendo en censurarme porque le amo:
Si no te hubieses enamorado de un muchacho vil,
de baja condición…
Yo les contesté: Si yo pudiese mandar en mi amor,
tampoco le querría, pero ese poder no lo tengo.
Le amo por sus dientes como burbujas,
por lo perfumado de su aliento,
porque sus labios son dulces
y hechiceros sus párpados y sus ojos.
Es una pequeña gacela cuyos dedos
no dejan de moverse entre los hilos,
como mi pensamiento, al verlo,
se mueve siempre entre galanterías.
Sus dedos juguetean alegres
con la lanzadera sobre el telar,
como juegan los días con la esperanza.
Oprimiendo la trama con sus manos
o apretándola con sus pies,
parece un gamo que se debate preso entre las redes.
Muhammad Ibn Gálib Al-Rusafi
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